Canta la hierba

Doris Lessing

Autora: Doris Lessing

Canta la hierba fue publicada en 1950. Doris Lessing tenía 31 años cuando terminó el manuscrito, sin embargo la novela parece escrita por una mujer adulta, una mujer que ha pasado por muchas experiencias. A esa edad Lessing había sobrevivido a dos matrimonios y emigraba sola a Londres, con un hijo bajo el brazo y un amante negro en el recuerdo. La vida, y ella empeñada en vivirla, se habían encargado de curtirla.

La autora se centra en la destrucción interior de su protagonista, encerrada en un mundo que la asfixia hasta matarla. Mary Turner no tiene la oportunidad de escapar a Londres y recomenzar su lucha. Mary apostó por el matrimonio con Dick para que la sociedad blanca sudafricana no la tachara de rara. Pero jamás sospechó el infierno que la esperaba en esa aldea perdida en donde nada- ni el clima, ni el paisaje, ni la gente, ni los vecinos, ni su marido- resultaba amable.

El primer capítulo es fundamental. En la primera parte tenemos una visión completa del mundo narrado y las reglas de juego que sustentan ese mundo. Y al mismo tiempo es una crónica de una muerte anunciada: Mary está muerta, se sabe que Moses es el asesino, y Dick la víctima de este acto violento e inusual: una mujer blanca ha sido asesinada por su boy negro, y no al revés.

El comportamiento de los personajes en este capítulo refleja las relaciones sociales, políticas y económicas de esta comunidad: blancos y negros son dos grupos excluyentes, no conviven ni se integran, se odian. Los blancos serán los amos, los que obtienen dinero con el trabajo de los negros, los que mandan. Por ello la vergüenza de los blancos ante un crimen de esta naturaleza:

“… por muy loco que estuviese, era un hombre blanco, y los negros, aún siendo policías, no ponen las manos encima de carne blanca.” (pág. 15)

También queda explícito, desde el inicio, la marginación de los Turner respecto a los otros ingleses y la terrible humillación que implica ser blanco pobre, no sólo para quienes padecen la pobreza, si no para los otros blancos que temen que la deshonra los salpique:

“Pese a la incontestabilidad de los argumentos, nadie quería pensar en ellos como blancos pobres, pues eso habría equivalido a rebajar al propio bando. Después de todo los Turner eran británicos.” (pág. 13).

Otro elemento que surge desde el primer capítulo es el machismo del mundo rural: salvo la muerta, todos los personajes presentes son hombres. Ellos resuelven, juzgan, toman medidas, condenan.

Vemos también el cambio cultural que sufren los europeos que llegan con ideas humanitarias, hasta que se adaptan a la nueva cultura y callan:

“Cuando los colonos viejos sentencian: “Hay que comprender el país”, lo que quieren decir es: “Debe usted acostumbrarse a nuestro concepto de los nativos”, o, en otras palabras: “Adhiérase a nuestras ideas o lárguese; no le necesitamos”. A la mayoría de aquellos jóvenes le habían inculcado vagas nociones sobre la igualdad. Durante la primera semana les escandalizaba el trato propinado a los nativos y se indignaban cien veces al día ante el desdén con que se hablaba de ellos, como si de cabezas de ganado se tratara; o ante un golpe o una mirada. Llegaban dispuestos a tratarlos como a seres humanos. Sin embargo, habría sido inútil rebelarse contra la sociedad a la que se habían incorporado, de modo que no tardaban en cambiar.” (pág. 22-23).

. Y para completar el cuadro se describe la cosmovisión de los nativos, sus leyes, sus costumbres, el poder al cual temen:

“… la sociedad gobernada por Lobengula: se regía por leyes estrictas: todo el mundo conocía los límites que no debía traspasar. Cuando alguien cometía un acto imperdonable, como tocar a una de las mujeres del rey, se sometía con total fanatismo al castigo, que solía consistir en el empalamiento sobre un hormiguero o una hoguera, o algo igualmente desagrdable. “Soy conciente de que he obrado mal -decía-. Por lo tanto, pido que se me imponga una pena.” La tradición mandaba afrontar el castigo, y no cabía duda de que había algo hermoso en ello.” (pág. 16).

Y como símbolo de este mundo injusto y cruel, Lessing elige el látigo, artilugio que representa el poder y la fuerza bruta.

“Sin embargo, Slatter creía en administrar la granja a golpe de látigo. Su sjambok pendía sobre la puerta de su casa como una divisa: “No te importará matar en caso necesario””. (pág. 17).

Por esta amplitud de la mirada de quien narra considero este primer capítulo un excelente inicio. Lessing nos presenta la situación objetiva que rodea al asesinato de Mary. De ahí en adelante la narración volverá al pasado para recomponer la historia de los Turner y su descenso a los infiernos. Porque desde el principio queda clara la degradación de los dos protagonistas: Dick está loco, y se le juzga así: un pobre hombre que no supo hacerlo mejor; Mary está muerta “porque actuó mal”. Ella es considerada culpable, aunque no sabemos por qué, a pesar de ser la víctima objetiva. Los vecinos se muestran implacables ante la tragedia:

“Mucho antes de que el asesinato atrajera sobre ellos las miradas de todos, la gente hablaba de los Turner con la voz dura e indiferente reservada para los inadaptados, los proscritos y los expatriados por voluntad propia. Los Turner no caían bien a nadie, aunque pocos de sus vecinos los conocían, y muchos ni siquiera los habían visto de lejos”. (pág. 12).

“Cuanto más se piensa en aquel caso, más tintes extraordinarios cobra. No por el asesinato en sí, sino por la reacción de la gente, la compasión hacia Dick Turner y la sutil pero fiera indignación hacia Mary, como si fuera un ser desagradable e impuro que se había ganado que lo mataran. Pero nadie formuló preguntas:” (pág. 14).

“Mary Turner era una forma rígida bajo una sábana blanca llena de manchas. De un extremo de la sábana sobresalía una maraña de cabellos pajizos, y del otro, un pie torcido y amarillento. Entonces sucedió algo muy curioso. El odio y el desprecio que había sido lógico esperar de él cuando miraba al asesino, le desfiguraron las facciones en aquel momento, mientras observaba a Mary.” (pág. 21).

Las opiniones que se recogen en este capítulo, nos inducen a pensar de esa manera, según el criterio de los blancos. Más adelante Lessing se encargará, poco a poco, de ofrecer al lector un punto de vista diferente. Cuando nos internemos en sus vidas, la complejidad aumentará y también el interés:

El lector se sorprende por las reacciones adversas que produce el cadáver, necesita seguir leyendo para comprender la dureza de esos juicios, la amargura de los blancos ante la víctima, ¿de qué la acusan?, ¿en qué se equivocó tanto como para merecer la muerte de manos de un negro?

“… una “civilización blanca” que jamás, jamás, tolerará que una persona blanca, y en particular, una mujer blanca, mantenga un trato humano, para bien o para mal, con una persona negra.” (pág. 33).

El segundo capítulo nos remite a la infancia de Mary, y al enterarnos de cómo vivía, imaginamos las posibilidades de vida que tenía en la década de los 40 una blanca en Sudáfrica.

La suya fue una niñez marcada por el alcohol que bebía su padre, la amargura de su madre, la muerte de sus hermanos y la pobreza. La tienda, lugar de venta y encuentro del mundo civilizado, será la imagen que represente la presencia de lo europeo, la posibilidad de consumir y por consiguiente la frustración de quien no puede hacerlo por más que lo desee. O, en el caso de la madre de Mary, la rabia de no tener ella dinero para lo que necesita mientras ve cómo el marido dilapida lo poco que tienen en la bebida. Para la niña Mary, la tienda es un lugar de vergüenza. El alcohol que bebe su padre proviene de ahí, y al mismo tiempo la tienda es el escenario de la humillación de su madre.

Cuando muere su padre, Mary intenta enterrar su pasado. Ya no quedan testigos de su infancia, se siente libre por primera vez. Pero esta elección responde a una mujer que no quiere crecer: Mary se aferra a su niñez, temerosa de asumir su sexualidad:

“… ella había tomado como modelo a las estrellas de cine de apariencia más o menos infantil.” (pág. 45).

Para no oír las demandas de su sexualidad, y por consiguiente no pensar en el matrimonio que ella relaciona con sus padres, Mary se convierte en la confidente de todos, en la amiga incondicional, en la eterna compañera de turno de quien haga falta. Vive en una residencia de niñas, a pesar de tener 25 años. Su status de persona mayor le da seguridad.

Hasta que un día oye un comentario que la ridiculiza y la ofende:

“… Mi marido anduvo tras ella una temporada y opina que no se casará nunca. No está hecha para eso, en absoluto. Algo en ella no funciona.” (pág. 50).

Por un lado le parece espantoso que hablen así a sus espaldas, como echándole en cara una falta, una carencia. Y por otro siente la necesidad de responder al modelo que la sociedad le impone: piensa que debe casarse para recuperar su imagen ante los demás. En este momento Mary tiene su primera crisis:

“La encontraban muy cambiada, muy aburrida y más fea; el cutis se le había ajado, como si estuviera a punto de caer enferma; saltaba a la vista que sufría una crisis nerviosa, lo que no era de extrañar a su edad y habida cuenta de la vida que llevaba; por más que buscaba a un hombre, no lo conseguía. Además, había adquirido unosmodales tan extraños últimamente… Así la criticaban sus conocidos.

Es terrible destruir la imagen que una persona guarda de sí misma en aras de la verdad o cualquier otra abstracción. ¿Qué nos garantiza que será capaz de crear otra que le permita seguir viviendo?… Se sentía como nunca se había sentido: hueca por dentro, vacía, y en aquella vaciedad irrumpía de vez en cuando un enorme pánico, como si no hubiera nada en el mundo a qué agarrarse.” (pág. 54-5).

Es interesante recordar que Mary es un personaje ensimismado. Ella vive en una auto contemplación perenne, centrada en la resistencia voluntaria contra el destino que intuye como propio; sus vínculos con el exterior son muy superficiales, y por eso el comentario que escucha accidentalmente, que viene de fuera, es como una bomba que estalla en su interior. La misma dinámica se repetirá más adelante en otras escenas que analizaremos.

Dick aparece como una posibilidad de salvación, pero en realidad son dos personas incompatibles. Ella es urbana, él en cambio, pertenece al mundo rural y detesta la ciudad. Se unen por necesidad, no por amor ni deseo. La distancia entre ellos será insalvable:

“… ella cayó en la cuenta de que todo lo que a sus ojos era pobre y patético, para él representaba una victoria sobre la incomodidad y, lentamente, se apoderó de ella la sensación de que en realidad no se hallaba en esa casa, con su marido, sino otra vez con su madre, presenciando sus interminables desvelos por ahorrar, remendar, zurcir… De repente se levantó con un movimiento brusco y torpe, presa de la desesperación, obsesionada con la idea de que su padre la había obligado desde la tumba a retomar la clase de vida a la que había obligado a su madre.” (pág. 69-70).

Su lucha anterior por resistir, por alejarse del modelo que la sociedad le imponía, ha sido vana. La constatación de la realidad es muy dolorosa para la recién casada. Pero todavía Mary es joven y decide seguir luchando. Se dedica a mejorar el aspecto de su casa: fabrica nuevas cortinas, almohadones, ropa blanca, etc. hasta que gasta todo su dinero. Incluso pinta las paredes. Tanto se esfuerza, que Dick se asusta de su energía:

“… Percibir en ella esas cualidades minaba todavía más su seguridad en sí mismo, porque en el fondo era consciente de que él no las poseía.” (pág 81).

El desencanto y la rabia que le produce la situación, serán canalizados hacia el boy de turno. Cuando ya no tiene nada que arreglar en la casa, su energía se centra en el criado: lo vigila, le exige, lo maltrata.

Así como la tienda es la imagen que representa su niñez, el techo de zinc sintetiza ahora el peso intolerable que padece y la sofoca:

“El calor se abatía sobre ella desde el tejado de metal. En realidad era tan agobiante, que habría debido de usar sombrero incluso dentro de la casa.” (pág. 85).

Las condiciones de vida para los dos son duras, pero también es cierto que Dick no renuncia a nada. El está en su lugar, haciendo lo que le gusta, y tomando las decisiones que compiten a la pareja. No hace concesiones a su mujer: no reviste el tejado (Mary es quien más lo sufre porque está todo el día en casa) y le prohíbe usar agua para refrescarse porque una ducha es un lujo que no se deben permitir, según Dick. Tampoco pide un crédito cuando ella se lo sugiere.

Un día, Mary escucha una frase irónica dirigida a Dick por un vecino. El tono burlón la inquieta, la descoloca porque capta el desprecio del vecino hacia su marido como agricultor. Otra vez la frase que la agrede y revienta como una bomba viene de fuera, y la moviliza de la misma manera que el comentario aquel que oyó cuando estaba soltera:

“Su propia actitud hacia él reflejaba fundamentalmente desprecio, pero sólo hacia su condición de hombre; como hombre él no le interesaba en absoluto. Por otra parte lo respetaba como agricultor, respetaba su febril actividad, su entrega al trabajo. Creía que él atravesaba el período de lucha necesario para alcanzar la moderada prosperidad que gozaba la mayoría de los granjeros. En lo relativo a su trabajo, Mary albergaba hacia él sentimientos de admiración, incluso de afecto.

Ella, que antes se fiaba de todo el mundo, sin reparar en detalles sutiles como la inflexión de una frase o una mirada discordante, reflexionó durante la hora que duró el viaje a casa sobre las implicaciones del talante burlón con que aquel hombre se había dirigido a Dick. Se preguntó por primera vez si había estado engañándose.” (pág. 109).

La realidad confirmará las dudas de su mujer: Dick va de fracaso en fracaso: las abejas, después los pavos que luego se convierten en conejos. Mary lucha para que no se le desmorone la imagen de su marido. No quiere humillarlo, no desea usar su superioridad en contra de él. Por eso cuando él reconoce su eficiencia, y le dice “Muy bien, jefa”, Mary explota:

“… aquellas tres palabras sarcásticas expresaban más sobre su matrimonio de lo que ella se había permitido pensar jamás, y consideraba indecoroso que su desprecio hacia él quedara formulado de manera tan explícita: una condición de su matrimonio era que ella lo compadeciera con generosidad, no que lo despreciara.” (pág. 118).

Por último Dick abre una tienda y le pide a su mujer que se ocupe de ella. Para Mary es el fin. La tienda sintetiza su pasado y él le obliga a revivirlo. Para desgracia de los Turner la tienda resulta un fracaso más, sobre todo la compra de las bicicletas, idea “brillante” de Dick. Ante el nuevo desastre, Mary huye a la ciudad. Pero la fuga de Mary es aún más patética que su vida en el campo: la ciudad la rechaza cruelmente, le cierra sus puertas y le señala su decadencia. Dick la recupera, le pide que vuelva con él con una breve frase que es el momento más tierno, quizá el único, de la novela.

En la vorágine que vive esta mujer, es difícil escapar a la locura. Cuando regresa con su marido, él enferma. Ella tiene que salir al campo para ayudarlo y de pronto revive: tiene una actividad, tiene poder, es útil. Pero carece de bondad, de sensibilidad, de buenas maneras, por lo tanto ejerce su poder con crueldad. Usa el látigo, ejerce sus funciones con odio, y se venga de su infelicidad con los negros. Moses será su víctima, pero también despierta en ella sensaciones desconocidas (le impresiona su cuerpo imponente), y eso le produce aún más odio hacia él.

Unido a este malestar, la experiencia en el campo confirma la incompetencia de Dick. Cuando él sana, ella le propone cultivar tabaco. Una vez que suelta la idea, se retira para dejarle el espacio libre a él. Mary desea que su marido tenga éxito, Mary necesita que su marido haga las cosas bien para que ella pueda respetarlo.

Sin embargo, Dick, que es un pobre hombre, es también un hombre sensible, y no comprende las reacciones de Mary. Cuando ella se retira, él se siente abandonado.

La sequía destruye el tabaco, Mary propone un crédito, él no acepta. Desesperada, le pide un hijo, Dick tampoco acepta. Ante las dificultades y la falta de perspectiva, Mary se derrumba:

“Y entonces empezó a languidecer…” (pág. 180).

Es en este contexto en donde reaparece Moses. Dick lo contrata como boy, sin conocer la historia del latigazo y lo introduce ingenuamente en su casa. Ella siente miedo, porque sabe que lo agredió, pero también siente fascinación por el hombre negro:

“Ella lo observaba, muy quieta, mientras él trabajaba. La fascinaba su cuerpo macizo y atlético. Le había indicado que se pusiera las camisas y los pantalones cortos blancos que los anteriores criados llevaban en la casa, pero a él le venían demasiado pequeños y cuando barría, fregaba o se agachaba para encender el fogón, los músculos le abultaban la fina tela de las mangas que parecían a punto de reventar.” (pág. 182).

La seducción de la cual Mary es víctima, resulta sutil, pero convincente. Nada más repugnante para Mary, una mujer blanca, que saberse atraída por un negro. Ella los odiaba, lo que le sucedía no podía ser cierto. Sin embargo no puede dejar de espiarlo mientras se baña, el instinto sofocado es más fuerte que sus prejuicios. Entonces lo agrede aún más para castigarse y castigarlo.

Mary comienza a enloquecer y Moses decide partir. Cuando ella se entera: llora, grita, se derrumba ante lo cual Moses, impaciente, la cuida, la arropa, le trae flores:

“Y no había nada de reprobable en su actitud hacia ella. Pero aunque él nunca se desmandaba, ahora la forzaba a tratarlo como a un ser humano; ahora resultaba imposible para ella apartarlo de su pensamiento como algo impuro, que es lo que había hecho con todos los demás en el pasado. El la empujaba a mantener cierto tipo de contacto, y Mary siempre estaba pendiente de él. Captaba en ello algo peligroso, aunque no lograba delucidar qué.” (pág. 198).

Mary, desconcertada, oscila entre la atracción y el terror. Constantemente tiene pesadillas, y de pronto Dick vuelve a enfermar. Moses la obliga a descansar y la reemplaza como enfermero de su marido, pero la presencia del boy en la habitación de al lado, por la noche, transtorna a la mujer blanca que se sabe perdida. Moses es el primer hombre que la mueve como mujer.

Moses es consciente de lo que sucede, y es consciente del poder que tiene sobre ella. Por eso la interroga con insolencia:

“-¿Por qué Madame tener miedo de mí? -repitió con toda naturalidad.

-No seas ridículo -replicó ella, medio histérica, con una risita chillona-. No te tengo ningún miedo. –Su tono era el mismo que hubiera empleado con un blanco con el que coqueteara ligeramente. Cuando se percató de ello y de la reacción en el semblante del hombre, estuvo a punto de desmayarse. El le dedicó una mirada larga e impenetrable y acto seguido giró sobre los talones y salió del aposento.” (pág. 211).

La posible salvación viene del exterior. El vecino Slatter aparece en la casa de los Turner con la idea de proponerle a Dick la compra de sus tierras, tierras que siempre ambicionó para él. Sin embargo lo que presencia Slatter lo deja estupefacto: Mary tiene pinta y modales de loca (maquillaje, gestos, etc.), Dick se muestra impasible, y el criado responde con insolencia y desfachatez. Las reglas del juego entre blancos y negros no se respetan en esta casa de locos, situación intolerable para Slatter, y para cualquier blanco cuerdo. Tanto le preocupa a Slatter la situación, que le ofrece ayuda a Turner y consigue que un empleado suyo, Tony, colabore con él.

Será Tony el vehículo para el desenlace. Y quien dé testimonio del estado crítico de la pareja:

“Por lo que respecta a Mary, ella le inspiraba piedad; ¿qué cabía decir de una mujer que estaba siempre ausente? “Un caso para un psicólogo”, pensó, intentando tranquilizarse. En realidad, a Dick tampoco le sentaría mal un tratamiento. El pobre hombre estaba destrozado, temblaba continuamente, y se le había demacrado tanto el rostro que la estructura ósea se transparentaba bajo la piel. Aunque ya no estaba en condiciones de trabajar, insistía en pasar todas las horas de luz en los campos y sólo consentía en abandonarlos cuando oscurecía, de mala gana. Tony se lo lleva prácticamente a la fuerza. Sus funciones se asemejaban más a las de un enfermero, y estaba deseando que llegara el momento de la marcha de los Turner.” (pág. 236).

Cuando Tony presencia una escena de seducción entre Mary y Moses, echa al boy de la casa. Una vez más, Mary necesita oír la voz que viene de fuera para salir de su ensimismamiento y reaccionar: reitera la orden de Tony y le dice a Moses que se largue. Al largarlo, la matará.

La respuesta que da Mary a Tony, cuando éste le pregunta sobre la escena, resulta contundente para comprender la transformación de Mary:

“-Dijeron que no estaba hecha para esto –saltó Mary de repente-, para esto, para esto. –Sonaba como un disco rayado.

-¿Hecha para qué? –quiso saber él desconcertado.

-Para esto –respondió ella en un tono furtivo, irónico y, al mismo tiempo, triunfante.” (pág. 239.

Estas frases nos recuerdan aquella otra similar que pronunció alguien, años atrás, refiriéndose a la soltería de Mary, y que a ella la impactó. Efectivamente, resulta que Mary era una mujer que no se permitía sentir nada por los hombres, negando su sexualidad para evitarse problemas. Cuando finalmente siente algo por un hombre, resulta que ese hombre es un negro y por lo tanto pertenece a una raza que ella, y los suyos, desprecian. El conflicto entre lo que piensa y lo que siente, ella que no sentía, la terminan por enloquecer.

Respecto a los sentimientos de Moses, Doris Lessing nos da poca información. La postura de la narradora es consecuente con el mundo descrito: los negros son considerados como animales, por lo tanto no sienten. O si sienten, no interesa.

El crimen puede ser considerado una venganza por el latigazo que ella le dio, o una venganza por haberlo echado de su lado.

La vida de los Turner es bastante claustrofóbica, el paisaje natural que los rodea no tiene protagonismo, a pesar de vivir en el campo. Quedan como recuerdo sólo dos imágenes: la tienda en medio de aldeas polvorientas y pobres; y el techo de metal que produce un calor infernal.

Sólo al final, cuando Moses la mata, la naturaleza adquiere vida en una terrible escena bellamente narrada:

“… Y entonces la selva se vengó; éste fue su último pensamiento. Los árboles se abalanzaron hacia ella en tropel, como bestias, y el trueno acompañó su embestida.”

* Las citas textuales han sido tomadas del libro de bolsillo de Ediciones B. Traducción de Pilar Giralt.