Lolita

Vladimir Nabokov

Autor: Vladimir Nabokov

La hermosa y atrevida novela de Nabokov, escrita en 1955, ha dejado una huella profunda en la cultura occidental, al punto de que el nombre propio de la protagonista, que coincide con el título de la obra, se ha convertido en un sustantivo que es sinónimo de ninfa= «joven hermosa» o «cortesana» según los usos coloquiales que señala el Diccionario de la Real Academia Española en su edición del 2001. Lo que no ha rescatado el recuerdo colectivo, frivolizado por la cultura popular y acentuado, pienso yo, por las dos películas basadas en la Lolita de Nabokov, es la situación de víctima que sufre la niña, Dolores Haze.

La prosa es fascinante, perturbadora y muy bella, y el relato oscila entre el género erótico, la novela policial, el drama psicológico, y el alegato legal presentado como una tardía confesión. Esta riqueza narrativa produce cambios de ánimo en el lector quien modificará su sentir conforme avance en la lectura: rabia e impotencia ante el engaño urdido por el falso padre, sorpresa ante los avances de la niña, dolor por la impostura que tiene que tragarse Charlotte, desconsuelo ante los avatares que le depara la vida a Lolita, y en algunos momentos, hasta compasión por el pederasta. Todo ello expresado con un lenguaje impecable, de trazo fino, que refleja el buen gusto del narrador, hombre complejo, de una exquisita sensibilidad.

Recursos utilizados para contar la historia

¿Cómo consigue Nabokov meternos en la ficción y que nos entreguemos al discurso de H.H. sin ninguna reserva?

  1. El relato en primera persona: lo que cuenta Humbert Humbert, es lo que nosotros aceptamos como la historia real. El punto de vista es suyo, él nos convence de lo que él está convencido y no deja espacio para otros puntos de vista. Sabemos lo que él quiere que sepamos: es su defensa ante la justicia, pero también una declaración de amor y el deseo de inmortalizar a su amada.
  2. El tono confesional es también un acierto, porque refleja una aparente humildad sumada a una voluntad de entrega total al querer compartir sus vivencias y sus sentimientos. La postura intimista reclama credibilidad: me desnudo para que me comprendan y los invito a conocer todo lo que hubo en mí: atracción, deseo, conciencia de no estar actuando correctamente, maniobras para quedármela y marginarla del mundo por temor a perderla, desesperación, celos, delirio y locura.
  3. El reclamo de una publicación póstuma: H.H. dice que una condición para que su escrito salga a la luz es que sea publicado cuando él y Lolita estén muertos. Por lo tanto, no habría posibilidades de cotejarlo con la realidad. Ninguna posibilidad de establecer comparaciones, ninguna versión que cuestione la suya porque Charlotte, la madre de Lolita, también está muerta.
  4. El prólogo que precede al cuerpo de la novela es otra trampa literaria muy oportuna. Los prólogos suelen ser comentarios que no pertenecen a la novela, ayudan a comprenderla, la sitúan, la presentan. Y, en la mayoría de los casos, no las escribe el autor. Por lo tanto, es ajeno al relato, no forma parte del discurso narrativo. En Lolita, el prólogo es obra de Nabokov quien crea un personaje ficticio (John Ray, Jr. Doctor en Filosofía) para avalar al testimonio de H.H. En realidad, lo que está avalando es la autenticidad de toda la ficción, y estructurando, de esa manera, la dinámica narrativa: el relato que sigue, asegura John Ray, fue escrito en tales circunstancias y dado que me lo entregó el abogado de H.H, creo que es mi deber dar curso a la voluntad de un reo que murió sin juicio, estando en la cárcel.Como estrategia, señala la responsabilidad moral que asume al publicarlo, pues podemos aprender, según anuncia Ray, la lección de lo que no se debe hacer. O sea, el escritor Nabokov da una atrevida vuelta de tuerca: no piensen que apoyo al protagonista, pero su historia es un buen pretexto para hacer literatura:

    «…Cierta desesperada honradez que vibra en su confesión no le absuelve de pecados de diabólica astucia. Es anormal. No es un caballero. Pero ¡con qué magia su violín armonioso conjura en nosotros una ternura, una compasión hacia Lolita que hace que nos sintamos fascinados por el libro al mismo tiempo que abominamos de su autor…
    …el impacto ético que el libro tendrá sobre el lector serio; pues en este punzante estudio personal se encierra una lección general; la niña descarriada, la madre egotista, el anheloso maníaco no son tan sólo los protagonistas vigorosamente retratados de una historia única: nos previenen contra peligrosas tendencias, señalan males potenciales.» (pág. 12).

  5. El azar: la historia fluye porque Nabokov permite que el azar intervenga y termine por redondearla. Veamos de qué manera interviene el azar:
    1. Humbert hereda dinero de su tío, lo cual le permitirá, más adelante, viajar con Lolita sin tener que sufrir problemas económicos.
    2. Decide retirse una temporada en la casa de la familia Mc Coo a escribir, pero como la casa de los Mc Coo se quema, lo derivan a la casa de Charlotte;
    3. Se casa con la madre para quedarse cerca de Lolita, pero Charlotte muere en un accidente de tráfico.
    4. H.H. consigue rescatar las cartas que ella estaba enviando al descubrir la verdad de su matrimonio. Al no haber cartas, se silencia la versión de Charlotte y así H.H. puede engañar a los amigos respecto a su paternidad «secreta». Esta situación falsa, le concede una mayor libertad respecto a la niña: puede recogerla del colegio y llevársela a vivir con él sin que nadie vea nada sospechoso en ello.
    5. La mención a Clare Quilty como dramaturgo norteamericano, en un libro que hojea Humbert antes incluso de conocer a Lolita, es otro dato importante. El hecho de haberlo registrado como personaje «real» dentro de la ficción, lo convierte en una persona que existe con autonomía de los celos y la relación de éste con Lolita, luego el azar hará que sea su profesor de teatro y que suceda lo que sucede.

    Todos estos detalles de la ficción son determinantes porque establecen el status quo para que surja la trama con naturalidad, presentando la cercanía de los dos protagonistas dentro de una, aparente, situación normal.

  6. El humor: las constantes notas de humor aligeran el tono dramático y ayudan a sugerir la locura de H.H., quien se ríe de sí mismo en momentos en donde la risa no tendría cabida. La ironía contribuye a crear cierta complicidad entre el lector con el narrador- protagonista quien, consciente de su lado patético, antes de que el lector pueda juzgarlo, da un paso adelante y ofrece una caricatura de sí mismo, tomando una distancia tal que se observa como si se tratara de otra persona. Veamos algunos ejemplos:

    «Pero el amante de las coyundas al aire libre debe de tener presente, en cambio, que la naturaleza de los grandes espacios abiertos norteamericanos no es propicia para que se entregue al más antiguo de los delitos y pasatiempos. Plantas ponzoñosas escaldan las nalgas de su amada, mientras infinitos insectos pican las suyas; ásperas muestras de la flora local aguijonean las rodillas del amante y los insectos se enseñan con las de la amada, y a su alrededor suena sin cesar el susurro de serpientes -Que dis-je! ¡De dragones semiextinguidos!- que pueden hacer acto de presencia en cualquier momento, y semillas, parecidas a cangrejos, de flores feroces se adhieren como una horrible costra verde tanto a los calcetines negros sostenidos por ligas como a los blancos e informes.» (pág. 207).

    «¡No te rías, oh lector, imaginándome en el paroxismo del placer, gritando y apoquinando monedas de diez y veinticinco centavos, o incluso brillantes dólares de plata igual que una vocinglera, tintineante y enloquecida máquina tragaperras vomitando riquezas! Con todo, Lolita, que permanecía al margen de mis epilépticas contorsiones, solía agarrar con firmeza un buen puñado de monedas en su pequeño puño cerrado, puño que yo abría después, excepto cuando se escabullía y salía corriendo para ocultar su botín.» (pág. 227).

    «Me metí, tras una serie de contorsiones, en una cabina, me tomé una pastilla y durante unos breves minutos bregué con lo que parecían extraterrestres. Poco a poco fue haciéndose audible un cuarteto de oraciones gramaticales: soprano: no existía ese número en Beardsley; contralto: la señorita Pratt estaba de viaje hacia Inglaterra; tenor: la Escuela para Señoritas de Beardsley no había telefoneado; bajo: ¿cómo podían haberme llamado si no sabían que estaba en Champion, Colorado?» (pág. 290).

Lolita, personaje de Nabokov y paradigma linguístico

Como hemos dicho ya, decir Lolita es suponer una actitud provocadora en una niña, cuya definición es, según el diccionario de la Real Academia Española: «mujer adolescente, atractiva y seductora». Por lo tanto, el término implicaría la conciencia que tiene dicha adolescente de poseer ciertos atributos que pueden ser útiles para el fin de la seducción. En dos palabras: una Lolita se sabe atractiva y ejerce su atractivo para conseguir lo que desea.

¿Cómo ha podido surgir ese término con ese significado, a raíz del personaje de Nabokov si la Lolita de Nabokov es una víctima, no una provocadora? Quizá sólo es posible entenderlo si partimos de la premisa de que la Lolita que ve Humbert en Dolores Haze está en su cabeza, no en la realidad. Es él quien señala en ella estos atributos, o se los atribuye para escamotear la responsabilidad de sus acciones, o simplemente los necesita para satisfacer su sexualidad. Quiero decir que la niña que ven los que se relacionan con ella -en su barrio, en la escuela, en los campamentos a los cuales acude- es otra: una criatura común y corriente, hija de una madre más bien vulgar, que vive en una casa ordinaria, que no tiene grandes dotes más allá de cierta facilidad para el tenis y una afición creciente por el arte dramático.

Al inicio de la novela, señala Humbert:

«Ahora creo llegado el momento de introducir la siguiente idea: hay muchachas, entre los nueve y catorce años de edad, que revelan su verdadera naturaleza, que no es la humana, sino la de ninfas (es decir, demoníaca), a ciertos fascinados peregrinos, los cuales, muy a menudo, son mucho mayores que ellas (hasta el punto de doblar, triplicar, o incluso cuadriplicar su edad). Propongo designar a esas criaturas escogidas con el nombre de nínfulas.» (pág. 24).

Pero luego prosigue y especifica que ese «demonio mortífero» sólo es detectado por algunos artistas y locos:

«…sin que nadie, ni siquiera ella, sea consciente de su fantástico poder.» (pág. 25).

Esta clasificación, que incluye a Lolita Haze, habla de ciertas características perturbadoras para ciertos perturbados, por lo tanto volvamos al planteamiento inicial: la subjetividad del observador es determinante, es él quien le atribuye a la niña la capacidad de seducción. En el caso de Humbert, asocia a Lolita con Anabel, experiencia frustrada que dará origen a una sexualidad insatisfecha que le impide desarrollar y crecer. Incapaz de superar ese trauma, su vida gira en torno al doloroso pero incitante recuerdo. Dolores Haze se presenta entonces como el sujeto idóneo para reemplazar a Anabel, subsanar la ausencia (Anabel está muerta) y satisfacer el deseo pendiente.

Sin embargo, consciente de la transgresión que significa una relación sexual con una niña de doce años, H.H. piensa en sucedáneos, como narcotizar a la niña para acariciarla «sin hacerle daño», por ejemplo. En realidad, él dice haber estado resignado a ser un voyeur en actitud contemplativa, antes de conocer a Lolita, no esperaba llegar tan lejos porque sabía que se movía en el terreno de lo prohibido. Pero, de pronto, confiesa:

«¡Frígidas damas del jurado! Yo había pensado que pasarían meses, años acaso, antes de que me atreviera a revelar la naturaleza de mis sentimientos a Dolores Haze; pero a las seis ya estaba despierta, y a las seis y cuarto ya éramos, técnicamente, amantes. Y voy a decirles algo que les sorprenderá: ella me sedujo.» (pág. 162).

Nadie espera esta frase que sorprende y descoloca. ¿Fue así? ¿O lo dice para exculparse? Porque en otros momentos de su testimonio se desdice y deja traslucir la rabia, el dolor y la humillación de la niña violada quien no parece compartir el entusiasmo de su amante, ni mucho menos ser cómplice o seductora:

«- ¡Puerco! -exclamó sin dejar de sonreírme dulcemente-. ¡Criatura repugnante! Yo era una niña pura como una perla, y mira lo que has hecho de mí. Debería llamar a la policía y decirle que me has violado. ¡Oh, puerco, puerco, viejo puerco!» (pág. 172).

Tampoco es feliz Lolita, todo lo contrario, se trata de una niña acorralada que sufre y no tiene a dónde ir:

«Porque cada noche -todas y cada una de las noches- Lolita se echaba a llorar no bien me fingía dormido.» (pág. 217).

Y, peor aún, es abusada constantemente. Estas palabras reflejan su agotamiento, su malestar, su exasperación:

«Lolita. Tú me mirabas con un gris signo de interrogación en tus ojos. «Oh, no, otra vez no!»… «Déjame en paz, por favor», exclamabas. «Por el amor de Dios, déjame en paz».» (pág. 237).

La violencia que sufre Lolita en manos de Humbert, queda reflejada en situaciones que ponen de relieve el drama que vive la niña en manos de un obseso cuyo único fin es satisfacer su creciente deseo una y otra vez, sin tener en cuenta la fragilidad de un cuerpo tan joven:

«Permaneció callada. Dejamos Briceland. La locuaz Lo seguía en silencio. Frías arañas de pánico corrieron por mi espalda. Era huérfana. Una niña que carecía de familia, absolutamente desamparada, con la cual un adulto de cuerpo vigoroso y mente lasciva había tenido intensas relaciones sexuales tres veces aquella mismísima mañana.» (pág. 171).

«¿Bromeaba? En sus absurdas palabras vibraba una siniestra histeria, Después, con un sonido sibilante, empezó a quejarse de dolores, dijo que no podía estar sentada, dijo que le había destrozado las entrañas…» (pág. 172).

Cuando la situación se torna inaguantable, Lolita parece rebelarse. Llega un momento en el cual H.H. comienza a ofrecerle dinero a cambio de caricias, o utiliza la violencia verbal que despierta curiosidad en el vecindario, también le impide relacionarse con chicos de su edad obligándola a vivir marginada del mundo como un objeto sexual exclusivamente a su servicio. Esta es otra faceta del personaje que no se registra cuando se acuña el vocablo Lolita, banalizando al personaje o imprimiéndole un perfil romántico de niña-amante complaciente.

La huída de Lolita se explica en este contexto de niña víctima. Salir del hueco en donde está sumida es su mayor deseo, para vivir como una adolescente normal y más adelante tener hijos, una familia, cierta estabilidad. La escena en donde Humbert percibe lo que siente Lolita al observar a su amiga del colegio al lado de su padre, es desgarradora porque sintetiza el dolor de Dolores Haze, la ausencia de vínculos afectivos en su vida y su profunda soledad:

«…Avis se colgó del cuello de su padre y aplicó su boca a su oreja, lo cual tuvo como consecuencia que aquél abrazara, un tanto mecánicamente, a su regordete y bien desarrollado retoño, vi que la sonrisa de Lo perdía su brillo y se convertía en una sombra congelada de sí misma, y el cuchillo de postre se cayó de la mesa, y su mango de plata le dio un buen golpe en el tobillo a Lolita, que gimió, bajó la cabeza y, saltando a la pata coja, con el rostro afeado por esa muestra preparatoria que mantienen los niños hasta que se ponen a llorar de verdad, se marchó a la cocina, a donde la siguió para consolarla la buena de Avis, que tenía aquel papá tan rosado, tan gordo y tan maravilloso, y un hermano pequeño igual de regordete que ella, y una hermanita recién nacida, y un hogar, y dos perros sonrientes, mientras que Lolita no tenía nada.» (pág. 352).

Por todo ello, el desenlace de Lolita -casada con un tipo vulgar que es la antítesis de Humbert, llevando una vida de privaciones, embarazada, con ilusión de progresar gracias a un posible cambio de trabajo de su marido en Alaska, aparentemente contenta con su elección luego de haber tocado fondo con el hombre con quien huyó y que la expuso a una vida promiscua- nos sitúa en la realidad. La normalidad que ella anhelaba es ahora sinónimo de vulgaridad. ¿Qué otra cosa podría esperar esta criatura de la vida, niña que había sido maltratada desde los doce años, huérfana de padre y madre, abusada por un seudo padrastro pederasta, rescatada por un vicioso que le ofrece llevarla a Hollywood y en cambio la induce a la promiscuidad? Lolita es una sobreviviente marcada con fuego. O más bien, quemada por fuego ajeno.

El único momento en donde aparece un punto de vista distinto al de H.H. respecto a Lolita, es cuando interviene la Directora del colegio; escena que considero clave para reforzar la visión de niña maltratada. Lo que dice la Directora es que Lolita necesita ayuda. Llama al supuesto padre para ponerlo en autos: algo marcha mal con su hija, no se comporta como las otras chicas de su edad, su desarrollo sexual no es lo esperado; sería bueno que la revise un médico y que lleve una vida normal con actividades en grupo. Esta opinión que irrumpe desde fuera del mundo claustrofóbico Humbert- Lolita, es una confrontación con la realidad: la disfuncionalidad de la adolescente se percibe a pesar de los esfuerzos de ambos por ocultarla.

Por todo lo visto podemos confirmar que el glamour que se anexa al término Lolita parece falso por artificial. Lolita, como vocablo que surge de la obra de Nabokov, debería connotar una dosis de dolor, sufrimiento provocado por un placer abusivo. La grandeza de la novela, su belleza narrativa, su lenguaje, han conseguido limar las aristas y, quizá por ello, se ha borrado este lado de la moneda y, con un toque de romanticismo (¿machista?) conserva, exclusivamente, lo que Humbert quiso demostrar: Lolita era tan fascinante que la amé con locura.

Humbert Humbert

Desde el seudónimo elegido por el propio narrador para nombrarse a sí mismo, vemos a un personaje dual, un hombre dividido, desintegrado, consciente de ser distinto de los demás, alguien que se escapa a la norma.

El protagonista dice ser un miembro de la alta burguesía, huérfano de madre desde pequeño, traumatizado por un amor de adolescencia que lo dejó insatisfecho y marcado para el resto de su vida. Señala, pues, esa experiencia como el germen de su pederastia: la fijación a una mujer-niña como el ideal del objeto de su deseo. Consciente de que su sexualidad no es socialmente aceptada, opta por llevar una vida doble:

«No debe asombrar, pues, que mi vida adulta, durante el período europeo de mi existencia, resultara monstruosamente doble. Para cualquier observador exterior, mantenía las relaciones llamadas normales con cierto número de mujeres terrenales, provistas de pechos que parecían peras o calabazas; pero en secreto, me consumía en un horno infernal de reconcentrada lujuria por cada nínfula que encontraba, pero a la cual no me atrevía a acercarme, pues era un pusilánime respetuoso de la ley.» (pág. 26).

Por más que él se presenta como un hombre de buen gusto, elegante, refinado y culto, todo lo que lo rodea es bastante vulgar, comenzando por su primera mujer Valeria, siguiendo por su segunda esposa que es Charlotte, y terminando por su pareja después de Lolita: Rita. Todo en ellas es mal gusto, ordinariez, ramplonería. No es difícil deducir qué es lo que busca para sí mismo, ya sea por incapacidad para acceder a otra cosa, o porque se siente bien así. Lolita sería la excepción porque él la ve de esa manera, aunque nada de lo que nos cuenta parece avalar esa dignidad y belleza que le atribuye, menos aún el devenir del personaje.

Con malas intenciones para llevar a cabo su deseo: somníferos, falsa boda, fingimiento de paternidad, abuso de la situación de horfandad de Lolita, etc., la obsesión que lo domina es el único motor en la vida de Humbert, la única razón de su ser. Él mismo se encargará de exponer su inestabilidad emocional y afectiva:

«Un tremendo agotamiento nervioso me envió a un sanatorio durante más de un año; volví a mi trabajo, pero recaí, y hubo que hospitalizarme de nuevo.» (pág. 43).

Creo que el mayor acierto de Nabokov, respecto a su protagonista, es el humor del que él mismo hace gala. Ya lo hemos mencionado antes, pero creo que vale la pena insistir aquí al respecto. La capacidad que tiene Humbert de reírse de sí mismo, desdramatiza su proceder y suaviza los resultados. Porque este recurso tiene relación directa con su desdoblamiento psicológico: se ve a sí mismo como un ser ajeno, distinto, y sobre todo ridículo:

«… Humbert, el Avieso, la rodeó con su brazo, en una despreciable imitación de fraterna amistad.» (pág. 62).

«… Un Humbert osado habría jugado con ella de una manera más repugnante (ayer, por ejemplo, cuando entró de nuevo en mi cuarto para mostrarme sus dibujos escolares); podría haberla sobornado, y haberse salido con la suya.» (pág. 68).

«… Empecé a deslizarme hacia ella. A reptar hacia ella, más bien. Mis brazos y piernas eran superficies convexas entre las cuales -más que sobre las cuales- avanzaba lentamente, mediante algún sistema neutro de locomoción. Humbert, la Araña Herida.» (pág. 69).

«… Humbert el Rechazado se batió en fúnebre retirada, mientras ella seguía parloteando hacia la calle.» (pág. 70).

Pero las fantasías de Humbert lo llevan muy lejos -en realidad las fantasías en general no tienen límites y fantasear significa precisamente eso: volar lejos de la realidad- pero en este caso las señalamos porque delatan su locura, más loco aún por confesar una situación absolutamente ridícula que denota una desconección total de la realidad:

«Pues he de confesar que, según la condición de mis glándulas y ganglios, en el transcurso de un mismo día podía pasar de un polo al otro: desde cavilar apesadumbrado que hacia 1950 debería buscar la manera de librarme de una adolescente difícil que habría perdido su magia de nínfula, hasta acariciar la idea de que con paciencia y suerte podría, tal vez, hacerla concebir otra nínfula con mi sangre en sus exquisitas venas, una segunda Lolita que hacia 1960 tendría ocho o nueve años, cuando yo estaría aún dans la force de l´age.Pero hay más: el telescopio de mi mente (o de mi demencia) era lo bastante potente para distinguir, en la lejanía del tiempo, a un veillard encore vert -aunque no dejaba de sentir una sombra de temor de que su verdor fuera tan superficial como el del orín-, el tierno y babeante doctor Humbert, caracterizado por su íntimo desprecio hacia ciertas convenciones sociales, practicando el arte de ser abuelo con una maravillosamente hermosa tercera Lolita.» (pág. 214).

Sólo ahora podemos entender sus celos enfermizos, las alucinaciones que padece cuando viaja con ella y sospecha de un tercero, el horror que experimenta ante el posible fin de la relación, fin que se avecina de manera inexorable. Está tan bien delineado el personaje, es tan humano H. H., que el lector no puede dejar de sufrir por él. No cabe duda de que el Humbert de Nabokov es un personaje cercano, su fragilidad y su dolor por ser como es nos tocan, y por lo tanto, apelan a nuestra comprensión. La lectura nos ofrece un mundo muy rico porque tenemos frente a nosotros a un ser humano que se desnuda y se confiesa sin pudor: soy así, esto es lo que siento, hice mucho daño, pido perdón. Pero, lo más importante es lo que sostiene al final, aquello que agita como una bandera: fue por amor. Y de ahí al arte sólo hay un paso, el salto de la persona al personaje y de la historia al mito:

«… Pero ¡ay!, me sentí incapaz de trascender el simple hecho humano de que ningún solaz espiritual que pudiera encontrar, ninguna eternidad más o menos convincente que pudiera ofrecérceme, nada, pues, podría hacer que mi Lolita olvidara cuán torpemente la había utilizado para satisfacer mi lujuria. A menos que se me pruebe -a mí tal como soy ahora, con mi corazón y mi barba y mi putrefacción- que, en términos de eternidad, importe un comino que una niña norteamericana llamada Dolores Haze fuera privada de su niñez por un maníaco, a menos que se me pruebe eso (y, si tal cosa es posible, la vida es una broma), no concibo para mi miseria otro tratamiento que el melancólico y muy local paliativo del arte expresado con claridad y precisión. Para citar a un viejo poeta:

El sentido moral de los mortales es el precio
que debemos pagar por nuestro sentido mortal de la belleza.» (pág. 348).

La novela, como obra de arte, daría sentido al relato. Y se lo da ampliamente. O quizá, más justamente, el arte es lo único que puede rescatar las mezquindades de esta historia. No podemos cambiar el mundo, pero podemos elegir cómo y para qué se cuentan las cosas que suceden en ese mundo. La belleza es el fin y la redención. Y en términos de belleza, Lolita lo tiene todo.

La impecable prosa

La prosa de Vladimir Nabokov es digna de elogio. Ritmo y elegancia son inseparables en cada una de sus frases. El escritor ruso que escribe en inglés, cuida la selección de cada palabra, el sonido perfecto de la sintaxis, la armonía del conjunto. Cuando se refiere a Lolita, el armazón verbal adquiere un tono rosa, infantil, aterciopelado. Varía, de manera notable, cuando describe los exteriores de los viajes que realiza la pareja alrededor de los Estados Unidos: la sensualidad da paso a un cromatismo de paleta más amplia, las metáforas son muy visuales. Como ejemplo un par de párrafos en donde se aprecia la cadencia de las imágenes, el ritmo ondulante de las frases:

«Había también, a veces, un severo horizonte que recordaba los cuadros del Greco, preñado de lluvia negra, y la fugaz visión de un granjero con la piel de la nuca arrugada como la de una momia y, a nuestro alrededor, una serie de franjas, por las que corría un agua plateada, que alternaban con otras plantadas de áspero maíz aún verde, un conjunto que formaba una especie de abanico abierto, en algún lugar de Kansas.» (pág. 187).

«Por la noche, altos camiones con las luces de colores, que recordaban temibles y gigantescos árboles de Navidad, surgían de la negrura y pasaban como un trueno junto al pequeño y anticuado sedán. Y, al día siguiente, de nuevo un cielo apenas poblado, que cedía su azul al calor, se diluía sobre nuestras cabezas y Lo empezaba a clamar por una bebida, y sus mejillas se ahuecaban vigorosamente al sorber por la pajita, y el interior del automóvil se había convertido en un horno cuando volvíamos a él, y la carretera se alargaba ondulante antes nosotros, y un remoto automóvil parecía cambiar de forma y daba la sensación de pender durante un instante, alto, cuadrado, anticuado, igual que en un espejismo, de aquel halo ardiente que se extendía sobre la deslumbrante superficie de la carretera.» (pág. 188).

En «Acerca de un libro titulado «Lolita»» escrito en 1956 por el mismo Nabokov, el autor reconoce que estas escenas -junto con otras que no se refieren a la relación entre los personajes- son las responsables de la solidez narrativa de Lolita porque funcionan como el complemento indispensable para construir la historia literaria:

«Esos son los nervios de la novela. Ésos son los puntos secretos, las coordinadas subliminales mediante las cuales se urdió el libro…» (pág. 388).

Y para concluir el análisis, debemos hacer referencia a la mirada del europeo refinado, con amplio bagaje cultural y una visión del mundo enriquecida por su espíritu viajero, que convierten a Lolita en una obra ambiciosa que no se limita exclusivamente al terreno de la relación amorosa entre Humbert y su niña. Los ojos del protagonista (que son los ojos del autor) registran el mundo americano con interés, con sabiduría, con inteligencia. A pesar de vivir obsesionado, Humbert es capaz de calar el alma de un país extranjero en donde se encuentra por ciertas circunstancias, país que acogió a Nabokov y le regaló un lenguaje que hizo suyo.

¿La dualidad que experimenta el protagonista no será un eco lejano del esfuerzo que tuvo que hacer Vladimir Nabokov para integrar en su vida dos culturas distintas?


Los textos han sido tomados de la Edición Compactos de la Editorial Anagrama, traducción de Francesc Roca.